
Anthony Leggett
El  científico británico Anthony Leggett es un Premio Nobel de Física con  una trayectoria inicial poco corriente. En los años cincuenta, después  de seguir estudios clásicos en la Universidad de Oxford y cuando llegó el  momento de decidir qué hacer con su vida. En lugar de optar por un  doctorado en filosofía, como parecía natural, se planteó si realmente  quería dedicarse a una carrera académica en una disciplina en la que,  como el mismo recuerda en un artículo autobiográfico, "al parecer se  carecía de un criterio objetivo sobre lo que era correcto y lo que no".  Se planteó saltar a la matemática pura, pero lo descartó "ya que en  matemáticas, casi por definición, estar equivocado significa que eres  estúpido, y yo quería tener la posibilidad de estar equivocado sin ser  estúpido, de estar equivocado, si uno quiere, por motivos interesantes y  relevantes". Se decidió por la física, matriculándose para obtener su  segundo título en esta disciplina.
Una brillantísima carrera en  física de la materia condensada, en su vertiente teórica, culminó en  2003 con el premio Nobel, que galardona su teoría, desarrollada en los  años setenta, acerca de cómo el helio 3 se hace superfluido a  temperaturas ultra bajas. 
Leggett, de 67 años, profesor en  la Universidad  de Illinois (EE UU), sigue dirigiendo el trabajo de jóvenes  investigadores en mecánica cuántica, en computación cuántica, en  superconductividad, etcétera. Recientemente participó en un encuentro  sobre Fronteras de la  Física Cuántica, organizado por la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad  Complutense (Madrid), donde pronunció una conferencia sobre  Los límites de la mecánica cuántica. 
Pregunta.  ¿Dónde sitúa esos límites de la mecánica cuántica? 
Respuesta.  Un posible punto de vista es que no hay límites a la mecánica cuántica y  que, en cierto sentido, ésta describe el mundo al menos hasta el nivel  de nuestra propia experiencia; o tal vez no describe ninguna  experiencia, pero puede, de todas formas, hacer predicciones fiables  hasta ese nivel. Si uno asume este enfoque, creo que al final se ve  abocado a la perspectiva de que la mecánica cuántica no es realmente más  que una serie de recetas. Esta es la conclusión lógica a la que lleva  el pensamiento de Niels Bohr. Una posición intermedia es que la mecánica  cuántica no corresponde a nada real en el mundo, pero proporciona una  serie consistente de recetas para calcular probabilidades de resultados  que observamos directamente. Por varias razones yo considero ese punto  de vista muy inapropiado pero entiendo que es el único posible si  realmente consideras que la mecánica cuántica es la última palabra del  mundo físico. 
La alternativa es que, en algún paso entre el  nivel de los átomos y el nivel de nuestra experiencia cotidiana la  mecánica cuántica desaparece y debe ser reemplazada por algún otro tipo  de teoría que ahora no podemos ni imaginar. Yo soy muy partidario de  empujar los experimentos hacia un punto en que podamos atisbar alguna  esperanza de realizar un avance clave. 
P.  ¿Por qué la mecánica cuántica es tan oscura, tan  difícil de comprender para las personas no especialistas, incluso un  siglo de después de su formulación? 
R.  Tal vez sea posible, y lo digo por una simple cuestión de experiencia e  historia, que en el año, pongamos, 2500 los niños aprenderán mecánica  cuántica en el colegio como algo perfectamente natural. Es importante  recordar que la mecánica cuántica no tiene una correspondencia inmediata  con cosas que podamos observar directamente a nuestro alrededor, como  sí ocurre en la mayor parte de la física clásica. Por supuesto, hay  conceptos en física clásica que no tienen correspondencia directa con  fenómenos que observamos; por ejemplo, la entropía en termodinámica.  Pero creo que, al menos, podemos analizar lógicamente el concepto de  entropía en términos de cosas observables directamente, mientras que en  la mecánica cuántica eso es mucho más difícil hacer. Quizá el problema  es que no somos suficientemente imaginativos, pero, por otro lado, el  mismo hecho de que no seamos capaces de abordarla con la intuición  sugiere que tal vez la teoría es insuficiente. 
P.  En los últimos años los físicos abordan experimentalmente, los  fenómenos cuánticos en ese territorio del macrocosmos más allá de las  partículas elementales o el átomo, que durante décadas parecía el único  universo realmente cuántico. ¿Por qué ha costado tanto tiempo entrar en  él? 
R.  Es cierto que, al menos en algún sentido, los experimentos están  empezando a penetrar áreas que hace 20 ó 30 años eran dominio exclusivo  de la física clásica, y que, cuando las investigamos experimentalmente  resulta que forman parte del mundo cuántico. En ese sentido hemos  desplazado, en varios órdenes de magnitud, la frontera entre lo que se  considera comportamiento clásico y cuántico, acercándola a la  experiencia cotidiana. Por ejemplo, en algunos experimentos hemos  observado superposiciones cuánticas de estados en los que algo así como  10.000 millones de electrones se están comportando de modo diferente.  Hace unos años esto parecía una quimera. 
P.  Usted recibió el premio Nobel por descubrimientos en el mundo  ultrafrío. ¿Por qué tantos experimentos de mecánica cuántica se están  haciendo a temperaturas ultra bajas? 
R.  Fue Kike Kamerlingh Onnes, premio Nobel en 1913, quien dijo algo así  como que al ir a las temperaturas ultra bajas retiramos el velo del  ruido térmico que enmascara las leyes básicas de la física. En otras  palabras, a temperaturas altas todo tiende a estar mezclado  aleatoriamente por el efecto térmico, mientras que a bajas temperaturas  vemos el comportamiento más puro del sistema y, en particular, podemos  ver los efectos cuánticos que son invisibles a temperatura más alta. 
P.  ¿Le interesa el problema de la aparente  imposibilidad de cuantizar la gravedad? 
R.  Es un reto, un problema fundamental. Personalmente creo que lo  solucionaremos si aclaramos mucho mejor la transición entre el mundo  clásico y el mundo cuántico. Hay gente, como Roger Penrose, que cree que  es esa tensión entre la gravedad y la mecánica cuántica lo que nos dará  una pista sobre la solución de lo que yo llamo la paradoja de la medida  cuántica, la transición de lo cuántico a lo clásico. Puede ser, pero  personalmente no tengo mucha fe en ello [sonríe]. 
P.  En cierto modo la revolución en la física, hace  un siglo, arrancó de cosas que no cuadraban en el conocimiento de la  naturaleza en ese momento. ¿Cree que hay cosas ahora que no funcionan en  la física y que podrían conducir a una nueva revolución? 
R.  Posiblemente la paradoja de la medida cuántica. Tal vez la mecánica  cuántica sea toda la verdad, pero si es así me parece que la misma  noción de un mundo exterior objetivo se desvanece y tenemos que vivir  con la idea de que..., citando a Bohr, "no es cometido de la física  decir cómo es el mundo, sino sólo qué podemos decir acerca del mundo".  Es un punto de vista que considero extremadamente desagradable y creo  por tanto que hay muy pocas probabilidades de que semejante  perspectiva estimule una revolución en física. 
Ordenadores  y comunicaciones 
Los trabajos  encaminados hacia los ordenadores cuánticos y los ensayos de  comunicación cuántica protagonizaron charlas del encuentro celebrado en la Universidad  Complutense, con apoyo de la Fundación BBVA. Ignacio Cirac  (Instituto Max Planck de Óptica Cuántica, Alemania), se ocupó de la  computación y Markus Aspelmeyer (Universidad de Viena) de experimentos  de comunicación. Anthony Leggett siguió las charlas con atención y  perspectiva crítica.
Un ordenador cuántico, en  principio, podría hacer lo mismo que hace uno convencional, calculando,  pero de forma muchísimo más rápida. El ejemplo clásico es la  factorización de números muy grandes. ¿Está lejos un ordenador cuántico o  a la vuelta de la esquina? "Cuando intentas predecir dónde estará la  computación cuántica dentro de unos 15 años, mi apuesta es que la  situación será parecida a la actual de la fusión controlada del  hidrógeno", dice Leggett. "No hay una razón fundamental para creer que  no va a funcionar, pero ir poniendo todas las piezas del rompecabezas  para que funcione es tan increíblemente tedioso que al final la gente se  pregunta si merece la pena".
La comunicación cuántica,  comenta Leggett, "es mucho más realista, de hecho ya se ha ensayado y  sospecho que se utiliza en aplicaciones de alta seguridad militar".  ¿Cuál es su ventaja? "Que sería inviolable. Debido a las leyes básicas  de la física es imposible interceptar la comunicación sin que se desvele  al que lo intenta".
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Héctor A. Chacón C.